Sierra limeña: Cerca del cielo
Comenzamos este viaje un poco como experimentando. No planeábamos ir más allá de Antioquia, pueblito a 43 km de Cieneguilla, en Huarochirí, sin embargo terminamos en los tunales de Chilca, luego de casi seis horas de viaje por los paisajes más inesperados de la sierra limeña. Dos días, una buena camioneta y harto espíritu de aventura son lo único que necesitan (claro, además de una maletera llena de comida y bebidas) para descubrir aquellos rincones de Lima casi pegados al cielo.
Crónica y foto de Paola Miglio
Hay un lugar en Lima en medio de la sierra desde donde se puede ver el mar. Un lugar no muy lejos, a un par de horas, que casi toca el cielo y se encuentra cubierto de niebla. Allí donde el San Pedro florea y las rocas forman pequeñas caletas abrigadas que se prestan para prender una parrilla. Allí donde gozamos de naturaleza, buena comida y paz. Para llegar, dimos una gran vuelta, pero lo que vimos fue tan impresionante que valió la pena. Vamos al principio. Seis de la mañana, partimos de Lima rumbo Antioquia (75 km). El camino es ligero hasta Huarochirí. Son unas tres horas desde Lima, según el tráfico. Luego el pueblo. Encantador y pequeño, enclavado en el valle del río Lurín, a 1,500 msnm.
La fama de Antioquia es relativamente reciente, de principios del 2000. Resulta que la ONG CIED (Centro de Investigación, Educación y Desarrollo) convocó a un concurso llamado Colores para Antioquia, para pintar el pueblo. El ganador fue Enrique Bustamante y, bajo su guía, plásticos peruanos y extranjeros decoraron el pueblo con sus motivos. Hoy las pinturas se mantienen y muchas de las casas de sus habitantes abren sus puertas como hospedajes familiares para los visitantes que llegan con ganas de escaparse un día o dos. Los alojamientos son sencillos, pero llenos de cariño y sabor de hogar. Si se ponen de acuerdo con los dueños, les pueden preparar hasta las comidas; si prefieren, pueden llevar sus víveres, muchos tienen parrilla.
Nosotros nos fuimos cargados de quesos, salames y panes y, luego de recorrer el pueblo, armamos una gozadera con vino y pisco bajo la luna llena. Al día siguiente tocaba levantarse temprano y seguir subiendo por la carretera que conduce a Huarochirí. El paisaje es impresionante, sobre todo cuando se llega a lo más alto. Son solo unos 60 kilómetros de recorrido hasta Santo Domingo de los Olleros, nuestra siguiente parada; sin embargo, es un sendero, zigzagueante y que no deja de subir, por lo que calculamos unas dos horas y media deteniéndonos para tomar fotos. Luego, hay campos verdes inmensos, sobre todo si viajan a fines de marzo. La lluvia hace lo suyo. Los contrastes con el cielo son impresionantes, y se pasa por pueblos como Conchahuayco, Cruz de Laya y Orcocoto. Finalmente no dejen de tomar el desvío que conduce a Olleros.
Llegamos a Santo Domingo de los Olleros (2,830 msnm) luego de atravesar campos verdes con ganado pastando. Es cerca de mediodía y parece un pueblo fantasma. Todos están recolectando o paseando a sus animales. En Olleros se celebra el folclore, se realiza bicicleta de montaña y se come tunas, toneladas de tunas. Este pueblo es bastante conocido por su alfarería: ollas de barro que se venden al lado de los puestos chicharroneros de Chilca y toda la Panamericana Sur; por el manantial Brillante Esperanza, la catarata Canta Gallo y la laguna El Hondo de la comunidad campesina Mantara; pero además, ahí comienza uno de los descensos más queridos por los amantes del ciclomontañismo: 3,400 metros hasta Chilca.
El recorrido es impactante. Bajamos en auto para poder apreciar mejor el paisaje y distinguir el cambio de vegetación. Mientras más nos acercamos al nivel del mar, más árida se vuelve y comienzan a aparecer los campos de tunas, en donde además de cultivar la fruta, crece la cochinilla. Por eso la película blanca que cubre el cuerpo de los inmensos cactus en medio del desierto. Antes de realizar todo el descenso, paramos en uno de los miradores del camino para un tardío almuerzo. La vista nos quita el aliento: los colores dorados de las rocosas formaciones se entremezclan con aquellos del sediento valle, todo desaparece entre la niebla y va a dar al mar. La brisa marina es intensa, así como el frío del día que casi acaba. La paz es infinita. No hay nada a nuestro alrededor: solo naturaleza y un pan con chorizo. Felices.
DATO VIAJERO
Antioquia se encuentra a 63 km de Lima vía carretera a Huarochirí, son cerca de dos horas con 40 minutos en auto, un poco más en transporte público. Desde Cieneguilla son 43 km (dos horas). Transporte público para llegar solo a Antioquia: parte de esquina de la Av. Nicolás Arriola y la Av. Rosa Toro, frente al Mercado de Frutas de San Luis. Si quieren realizar la vuelta completa les recomendamos hacerlo en auto propio ya que no registramos transporte público hasta Santo Domingo de los Olleros.
No hay hoteles ni restaurantes en el camino, así que les recomendamos llevar todo para acampar y alimentarse. Lo que sí hay en Antioquia son hospedajes familiares, lo mejor es contactarlos cuando lleguen al Centro de Información Turística (local comunal, www.muniantioquia.gob.pe) que se encuentra en la Plaza de Armas. En la Plaza Principal de Antioquia se pueden encontrar baños públicos y un restaurante, además de bodegas bastante básicas.
En el camino de vuelta, cuando salen por Chilca, hay dos lugares para llenarse de gozo y felicidad. El primero son los helados Ovni, de lúcuma y conocidísimos. Lo bueno es que en el local principal (Km 63.5 de la Panamericana Sur) pueden, además de ver el muñecote extraterrestre en tamaño natural, abastecerse de harina de lúcuma, panetones, manjar, chocotejas, entre otros. La otra parada en el Tambo Rural o El Hornito (Km 51.7 de la carretera Panamericana Sur): el paraíso de los panes, las aceitunas y el pollo y chancho a la leña.
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