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Foto: Presidencia de la República de Brasil

El efecto Panchito

Publicado: 2013-04-23

Por Pedro Salinas

pedro.salinas@revistavelaverde.pe

No sé ustedes, pero a mí el argentino Jorge Bergoglio me viene cayendo bien, hasta ahora. Y no solo a mí, por lo visto, sino también a calificados voceros de la Teología de la Liberación y del progresismo, como Leonardo Boff, quien cree que “Francisco no es un nombre, sino un proyecto de la iglesia”. Y a rebeldes personajes, como Hans Küng, un hereje de ideas vanguardistas, quien considera que se inicia una nueva era para la iglesia católica: “Él es el hombre adecuado, que trae esperanza, evita la pompa y está cambiando el estilo de Benedicto XVI”. Y a críticos implacables de la institución, como el filósofo italiano Gianni Vattimo, quien piensa que “Francisco tiene todos los rasgos para ser un buen papa”. Es decir, se refiere a alguien con capacidad para desmantelar muchas de las estructuras temporales de la institución, como el hecho que la iglesia no pague impuestos sobre los inmuebles en varios países. O que se decida a intervenir el banco vaticano. O que proclame mujeres-sacerdotes. Y así.

Incluso, desde las orillas del liberalismo, Álvaro Vargas Llosa advierte en Bergoglio “una mezcla de Juan XXIII en su diálogo con la modernidad y de Juan Pablo II en su diálogo con la calle”. Y aunque no lo afirma ni lo predice, sugiere que, de darse las condiciones, podría convertirse en un papa reformista.

Los únicos que no tienen muchas expectativas han sido, paradójicamente, los jesuitas, quienes lo perciben como un “jesuita conservador” (una minoría, dicho sea de paso, dentro de dicha congregación religiosa) y que, en la práctica, no ha participado en reuniones de la Compañía de Jesús en los últimos veinte años. Y por estas tierras, les cuento, hasta el propio Cipriani no lo ve haciendo cambios profundos. “No va a hacer revoluciones”, le dijo al periodista Andrés Beltramo.

Sin embargo, ahí lo tienen. Gozando de una feliz luna de miel con sus feligreses. Pues hasta dicen que miles de personas se han vuelto a acercar a la iglesia. Y es que hay algo así como una ‘Franciscolatría’. A la gente le gusta su sencillez; que no se calce esos ridículos y pomposos zapatos rojos, y que prefiera usar sus chuzos negros y gastados; que se niegue a dormir en la suntuosa y gigantesca habitación papal y que haya elegido un apartamento más sencillo; que exteriorice su afición al fútbol; y esas cosas.

Pero claro. Los gestos están bien para un rato. La demagogia y el populismo llegan a cansar, ya saben. En consecuencia, dentro de poco se va a esperar de él algo más concreto. Hechos. Decisiones. Acciones. Transformaciones.

Por lo pronto, el papa Panchito acaba de crear un consejo formado por ocho cardenales de los cinco continentes para que le ayuden a reformar la curia vaticana, que, como recordarán algunos, fue uno de los temas discutidos y reclamados por los cardenales durante el precónclave. Esta reforma de la curia tiene que ver con el cambio de gobierno en las estructuras vaticanas, que, hasta la fecha, vienen siendo manejadas por el secretario de Estado, quien desde los tiempos de Angelo Sodano hasta Tarcisio Bertone, goza de un poder inconmensurable. Pregúntenle, si no, a Ratzinger.

Habrá que estar atentos a estos cambios y a quién designa como secretario de Estado. Hasta ahora el nombre que suena más es el de Giuseppe Bertello, quien también forma parte de este consejo de confianza del papa. Recién ahí veremos si de los gestos se pasa a la sustancia. O de lo contrario, nos quedaremos en lo de siempre. En la caverna, o sea.


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Revista Vela Verde

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