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Alborada

Publicado: 2013-05-03

Domingo. Aún no cae el sol y las enormes filas se mantienen estáticas. Una multitud ordenada espera a las afueras del anfiteatro del Parque de la Exposición para ver a Alborada en vivo: es la presentación de su más reciente disco La Trilogía Inca. El grupo de música contemporánea andina está por dar su primer concierto del año en Lima. Hay expectación.

ESCRIBE: RAFAEL GUTIÉRREZ

FOTOS: SARA APAZA

Vienen pobres, ricos, negros, blancos… todo tipo de gente viene a ver a Alborada”, dice Bernabé Aborado, de unos 50 años. Su familia ha llegado a visitarlo de Huamanga y él los ha traído a oír la música fusión de Alborada. Tiene razón: las personas paradas en las larguísimas colas son una verdadera muestra de la heterogeneidad peruana y, entre ellas, un ejército de vendedores abanicando pósters, discos, DVDs y cancioneros de la banda con las letras en quechua, ya que la mayoría de las canciones son en este idioma. La gente no es tímida al comprar y guarda sus adquisiciones en mochilas y bolsillos. Hacia la parte final de las colas hay mimos en zancos, músicos y gente disfrazada bailando la conga. Los turistas y niños alrededor se vuelven locos y abandonan sus lugares en las filas para unirse a la hora loca.

En la entrada hay control estricto: decomisan desde botellas de agua hasta recipientes de tecnopor con pollo a la brasa. La multitud deja atrás sus piqueos sin mucha pena. El concierto ya va a comenzar y nada más importa. Hay cerca de cuatro mil personas en el anfiteatro que han pagado entre S/. 43 y S/. 214 (con firma de autógrafos, prueba de sonido, polo, DVD y póster incluidos) para entrar. Desde 1984, cuando Sixto Ayvar funda el grupo en su  natal Ocobamba (Apurímac), su música ha recorrido el mundo. Ayvar se estableció en Colonia (Alemania), desde donde se abre a otros géneros y se inyecta de modernidad. Luego, con la llegada de Víctor Valle y Lennin de la Torre, se gesta el nuevo sonido y se comienza a abrir a culturas de Canadá y Estados Unidos. Es entonces cuando las tradiciones indígenas de América del Norte y del Sur se retroalimentan.

Las banderas de Perú, Ecuador y Argentina, que se han repartido a los asistentes, flamean, se agitan apasionadamente, incluso algunos llevan sus colores tatuados en el rostro, como en un partido de fútbol. De pronto empieza el concierto con teloneros variados. La mayoría hace combinaciones musicales inverosímiles y en solo una hora pasan por todos los géneros, desde metal hasta country combinados con música selvática, baladas, huaynos. A pesar de estar bueno, la gente se impacienta, quiere que comience el estelar.

¿DÓNDE ESTÁ ALBORADA?

En la primera fila se sienta Milagros, con su hermana y su sobrino. “Vengo a verlos siempre que puedo desde hace cinco años –cuenta–. Suelen hacer uno o dos conciertos en Lima y de ahí otros más en provincia”.  Un poco más atrás se encuentra el club de fans Amigos de Alborada, unas 20 personas con polos iguales que agitan banderas. Han venido miembros invitados de varios países y provincias, incluyendo a una señora mayor llamada Irene, de Rusia, que se sabe todas las canciones, en español y en quechua. Nicolasa Vela Guerra, integrante del club, cuenta sobre la labor social que hacen. “Vamos a centros geriátricos o a repartir regalos en Pamplona por Navidad. Siempre les ponemos la música de Alborada, por supuesto”.

Ya es de noche y Alborada aún no toca. Parece que los encargados del Parque de la Exposición no han permitido acceder a los músicos de apoyo. Al menos esta es la explicación que da la animadora a la audiencia. “Esto no es culpa de los músicos ni de la producción, sino de la municipalidad”. Luego va paseándose por las tribunas, rotando el micrófono para amplificar las quejas de la audiencia sobre la alcaldía. “¡Susana Villarán no apoya la música andina!”. Otros asistentes la miran incrédulos y comentan que “está loca”, ellos solo quieren escuchar a la banda. No le hacen caso, mientras la doña se altera.

MIENTRAS TANTO, EN EL CAMERINO

Los miembros principales de la banda se relajan antes de subir al escenario. Rodeado de causas rellenas y una sandía gigante, Sixto Ayvar, el único miembro fundador que queda, cuenta el ritual que hace antes de tocar. “Sobre el escenario, pedimos permiso a las montañas y al padre sol. Echamos flores de color amarillo al suelo y usamos una olla en la que vertemos maíz y quinua y que representa la tierra”.

Para Sixto, que frecuentemente va de gira con Alborada por Europa, es importante para el éxito de su grupo que las canciones sean en quechua. “Allá les gusta la música peruana cuando está en quechua. Cuando hablas en español eres menos importante”. La gente se vuelve loca por la música y la imagen de miles de personas cantando juntas es impactante. Es una producción que incluye cerca de 150 artistas en escena, entre músicos, bailarines, acróbatas, actores, operadores de luces. Están Los Caporales Pasos de Fuego, Tierra Mía, el ballet oficial de Alborada y los campeones del Festisaya, entre otros. Es masivo y temático. Parece un Circo del Sol andino y la audiencia está hipnotizada con el simbolismo: una cabeza de un Inca gigante yace en el escenario, rodeada por tigres y serpientes, mientras que pantallas LED proyectan psicodelias con la bandera del Tahuantinsuyo.

La noche sigue mientras la teatralidad de la música toma posesión de los espectadores. Se habla de la contaminación, de las minas que destruyen la tierra, del legado histórico y de la responsabilidad con la naturaleza. El público estalla en una emoción que trasciende el patriotismo. Está orgulloso de un legado cultural que se ha ido perdiendo, pero que sobrevive gracias a bandas como Alborada. Una producción espectacular y un mensaje de inclusión y pertenencia que cautiva a todos los presentes. ¿Cuál es tu Marca Perú? Marca Tahuantinsuyo.


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Revista Vela Verde

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